No. —Caí de rodillas, rebuscando en la grieta. El mapa debía de haberse quedado enganchado cuando nos escondimos.
—Aquí —dijo Lupe, con voz monocorde.
Levanté la madera de luz hacia el lugar que señalaba su dedo. Vislumbré un trozo del mapa sobre el suelo. Luego otro y otro más.
Estaba hecho pedazos, como pétalos en el polvo. Los tibicenas lo habían pisoteado hasta convertirlo en un montón de papel inservible.
—¿Puedes arreglarlo? —preguntó Lupe, aunque conocía la respuesta.
Miré la oscuridad. Se extendía frente a nosotras, informe y aterradora.
Estábamos perdidas.