Un día amanecí bien. Otra vez me sentí yo misma.
Suena simple, pero fue todo menos eso. Cada cosa, por más insignificante o enorme, sumó a mi mejoría: desde los Takis Fuego, hasta cumplir con mi tratamiento psiquiátrico y terapéutico a conciencia, pasando por mis amigas y el ejercicio de mirarme al espejo y hacer las paces conmigo misma. Comencé a ver más allá de lo que había imaginado que podía ser, a utilizar nuevas palabras para nombrarme.