Quizá a partir de ahora estaré solo contra la muerte que me roza, como ese perro, con esa furia ciega en su carrera que define la vejez mucho mejor que las imágenes de serena aceptación. Porque a mi edad ya se ha meditado bastante el «Eli, Eli, lema sabachtani» como para saber que, en el momento crucial, no hay ni maestro ni Dios, ni siquiera la sombra del ángel, como al inicio de la vida.