Editorial Tinturas

Efectivamente, el anuncio de la película Ben-Hur superaba todas las expectativas de unos humildes artistas de barrio. El título esculpido en roca y el personaje manejando la cuadriga deslumbraba a los viandantes. Era imposible pasar delante del cine sin sentirse atrapado por aquella escena seductora.

―Este es un cartel histórico ―aclaró Goyo, con voz temblorosa―. Podéis estar seguros de que gran parte del éxito de la película se debe a este soberbio cartel. Nuestros compañeros se merecen un aplauso.

Entonces, todo el grupo aplaudió, y los peatones nos miraron muy sorprendidos, nadie imaginó que el homenaje estaba dedicado a un cartel de cine.

Enseguida me sentí atraído por la fuerza del título: ¡A sangre y fuego!

Una chica me había invitado a un guateque, me había sacado a bailar, me había traducido una canción de amor y ahora me proponía dar un paseo con ella.

Era la primera vez que iba a salir con una chica y no podía fallar. Tenía que quedar bien y sabía que, a las chicas, lo que más les gusta es hablar. La cuestión que me inquietaba era saber de qué le gustaría hablar a Marisa.

―Yo solo sé lo que veo: que lees tebeos de chicas. Es una buena pista me parece a mí.

―No vuelvas a decirme eso.

―¡Marica!

Los que escucharon se quedaron de piedra.

Era un insulto intolerable.

―El marica eres tú, por eso Marisa no te quiere… ―repliqué con contundencia―. A mí sí.

―Es guapo, fuerte y creo que está bien relacionado ―dije―. Podría ser un buen marido.

―Pero yo no busco un marido violento. No dejaré que ningún hombre me levante la voz y me dé órdenes.

―¿Qué piensas de mí…?

―Mira, una actriz italiana que protagoniza una película americana ―dijo Marisa―. Me gustaría verla.

―Podemos venir otro día ―me excusé apurado por no llevar dinero encima

Si te parece, podemos dar un paseo hasta la avenida de la Albufera. Luego, podemos volver por la avenida de San Diego. Es un paseo largo y tranquilo.

―Me parece muy bien. Me encanta caminar.

Sonreí, aunque no conseguí comprender si su respuesta era irónica o sincera. Pero no podía hacer otra cosa, ya que ni siquiera tenía dinero para invitarla a un refresco.

No podría explicar cómo sucedió, ni siquiera podría jurar que realmente ocurrió, pero, aquella tarde, salí con la sensación de que me había besado con Marisa.

―Tú no te fíes, que esos degenerados son todos iguales. Además, si su propio padre se avergüenza de él, será por algo…, vamos, digo yo…

―¿Cómo sabes que su padre se avergüenza?

―El propio Goyo me lo ha dicho un montón de veces.

―¿Qué le importa eso a Goyo?

Tardó unos segundos en responder.

―Goyo es su padre ―dijo por fin.

Me quedé de piedra.

―No lo sabía.