En alguna de nuestras tantas charlas, Pepe —a quien hoy considero uno de mis amigos más sabios— me contó que cada alma, al morir el cuerpo, se divide en mil y se dispersa por el mundo. Cuando dos partecitas de esa alma se encuentran lo saben porque sienten que se conocen desde siempre. Y yo quiero agregar a eso que cada alma, al viajar, también se divide en miles de almas que quedan dispersas en distintos rincones del mundo. Y cuando esas partecitas de alma de viajero se encuentran, ocurre eso que pasa cada vez que nos hacemos un buen amigo viajando: sentimos que nos conocemos de toda la vida. O, tal vez, de otra.