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Liliana Blum

  • zentenovaleriaje citiraoprošle godine
    Supe que decían que yo estaba loca. Eso me vino bien. La locura es una cobija por la cual resbala toda responsabilidad: nadie juzga a un loco.
  • MARIA LAURA RAFAEL CRUZje citiraoprije 2 mjeseca
    El hombre de tu vida, el que puede romper tu corazón o hacerte feliz, te ignora si lloras, pero se ocupa por arreglar la tubería de tu casa, pensó Daniela. ¿Era también una expresión de amor?
  • Valeria Garcíaje citiraoprije 2 mjeseca
    La gente puede sobrevivir debajo de una gruesa capa de hipocresía. Puede traicionar sus ideales, supuestas creencias, principios, promesas, lo que sea, pero no puede vivir con la verdad.
  • A- Ortegaje citiraoprije 2 godine
    Para qué me quería ahí temprano, ése era el misterio.
  • A- Ortegaje citiraoprije 2 godine
    Los padres tienen en un pozo el corazón, y no saben qué tan hondo y oscuro es hasta que avientan en él a sus hijos.
  • A- Ortegaje citiraoprije 2 godine
    Las cosas ocurren tan rápido en la infancia que un amor puede vivir todas sus etapas, desde el titubeante abrirse de la semilla hasta el cataclismo del abandono, en apenas unas semanas, unos cuantos días o una tarde. Los adultos no sabemos nada del amor porque lo olvidamos.
  • A- Ortegaje citiraoprije 2 godine
    No existiré de ninguna manera: no tendrás la tentación de repetirme o evitarme. Eso es libertad. Te la doy. Nada más. Nada menos
  • Mlnxeje citiraoprije 2 godine
    Nadie lo quería cerca, aunque él creía que era él quien no quería a nadie cerca.
  • Liliana Lanz Vje citiraoprije 2 godine
    Hanna Arendt sostenía que muchos de los padres que se adhirieron a los regímenes totalitarios del siglo XX pensaban que estaban cumpliendo con su deber ante la sociedad.
  • Sugey Navarroje citiralaprije 10 mjeseci
    Si pudiera acordarse de cuánto tiempo tenía de muerta su señora. Era el mismo tiempo que llevaba en la calle de planta, como le gustaba decir. ¿Cuántos años tenía ya el niño? Ah, ¡el tiempo! Le sorprendía cómo era lo primero que se perdía, incluso antes que el pudor, que cualquier otra cosa. Era una especie de refugio o de tregua; el pasado sólo existía cuando se le ponía enfrente, como en esas ocasiones en que el niño lo recogía en la banca del parque o en la escalera del metro y lo llevaba al departamento para que se diera un baño, se cambiara de ropa y, quizás, esta vez, se quedara. Qué cambiado estaba el niño en cada ocasión. Estaba envejeciendo, igual que él.
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