Nessim la entendía y aceptaba de una manera imposible de explicar a quien no puede separar el amor de la idea de posesión.
Una vez, mucho más tarde, me dijo:
—¿Qué podía hacer yo? Justine era demasiado fuerte para mí en muchos sentidos. No me quedaba otro recurso que amarla por encima de todo; era mi carta de triunfo. Me adelantaba a ella, anticipaba todos sus errores para que me encontrase siempre allí donde hubiera caído, dispuesto a ayudarla a incorporarse y a demostrarle que la cosa no tenía importancia. Después de todo, Justine sólo comprometía el lado más insignificante de mi vida: mi reputación.