Le hubiera gustado que la última escena, esa que pasa frente a los ojos justo antes de cerrarlos para siempre, fuese aquella en la que Ángel y él salen del pueblo en la moto, en el medio de la noche, con el acelerador al taco. Apenas dejan atrás los árboles de la rotonda, las luces pobres del último pool, la fila de camiones estacionados frente a las desmotadoras, Ángel pega el pecho a su espalda y le rodea la cintura con los brazos, siente su mentón sobre el hombro, los chorritos de respiración tibia contra la oreja. Esa escena que ha sido la misma muchas veces en los últimos meses y, al mismo tiempo, siempre es distinta, siempre nueva