La mano que cura

«La escribiré con sangre
con tinta sangre del corazón».

Lo sé como se saben las cosas verdaderas, con el vientre.

Soledad no podía hablar porque estaba concentrada en las nuevas maneras de su cuerpo. Le parecía no tener límites, como un líquido desbordado.

Él decía que un libro se hacía realmente suyo por las ideas subrayadas, porque en él podía leerse su lectura.

Hay cosas que se saben sin saber por qué, cosas ocultas que se develan sin avisar, pero certeras.

John Maynard Keynes fue quien lo llamó el último de los magos, porque Newton entendía el mundo con unos ojos que aún no separaban la magia de la razón.

Hijita, ¿tú sabes que a Isaac Newton lo llamaron el último gran mago? Imagínate, uno de los padres de la ciencia y la razón se preocupaba más por la alquimia, por el esoterismo y sus misterios que por la óptica o la gravedad.

El problema de Iván era que él quería acercarse a los poderes sin entenderlos, quería volverlos ciencia sin conocerlos. Y eso no era posible.

Pero es difícil. La mamá dice que con el tiempo y la terquedad los ojos de la gente se quedan cerrados y no hay manera de abrirlos. Igual, yo algo sentí ese día con las cosas del abuelo; por eso me quedé con el amarre, a pesar de que lo habían destruido también mis tías.

Está el silencio para que no nos escuchen, me dijo una de esas veces en las que estaba ahí, completamente ahí, cuando su mente no huía por los corredores enredados de la memoria y del pasado. Ese silencio, me dijo, es el más sencillo de llamar.