Dios fulmine a la que escriba sobre mí

Los objetos son inertes y sólo tienen significado en función de la vida que los emplea. Cuando esa vida se termina, las cosas cambian, aunque permanezcan iguales. Están y no están allí, como fantasmas tangibles, condenados a sobrevivir en un mundo al que ya no pertenecen.

El abrazo más necesario. Somos también lo que hemos sido para las demás.

Marguerite Yourcenar decía que una de las mejores maneras de conocer a alguien es a través de sus libros. Algo de verdad debe haber ahí.

Pilar Donoso se suicidó un año después de publicar el libro sobre ella y su padre. Conjeturo que en esta decisión tuvo que ver la recepción del libro, saber que expuso a su padre, pero también, sobre todo, con lo que encontró.

Espero que mis gatas del futuro sean grandes lectoras porque, como van las cosas, serán mis herederas universales.

veces la melancolía me invita a escribir mi propio monumento, en el que papá carezca de asperezas, y de paso me evite que lo juzguen con la dureza con que yo misma lo juzgué. Hacer un héroe. Un poeta incomprendido en contra del mundo. Un panfleto de amor.

objetos de quien muere son algo así como utilería en una película que ya se terminó de filmar. Reposan en el limbo de haber cumplido su propósito.

La escuela es el recinto que alberga el sueño hipócrita de la educación como pilar de la democracia, que en realidad democratiza pocas cosas y más bien homogeniza otras e, incluso, hace más profundos

No sucede. Por el contrario, el tío Apolonio resurge cada día más rebosante de vida. He visto en muchas personas enfermas a un tío Apolonio que regresa renovado de los últimos aspavientos.

Paul Auster, en Diario de invierno, cita a Joseph Joubert, quien dictó la sentencia «El fin de la vida es amargo» y luego, a los sesenta y un años, reelaboró su reflexión a «Hay que morir inspirando amor (si se puede)». Auster reflexiona sobre «lo difícil que resulta inspirar amor, en particular para