pensativo.
—Gael... —murmura nerviosa unos instantes después—. No quiero que pienses que yo no siento nada por ti.
La miro con el corazón en la boca de la impresión.
Pequeñas gotas de lluvia empiezan a deslizarse sobre nosotros.
—¿A qué te refieres? —Trago saliva.
—No quiero que pienses que yo a ti no... —Baja la vista al suelo—. Que tú a mí no...
—Si esta es tu forma de rechazarme de nuevo, estás siendo muy cruel —bromeo.
—Eres muy tonto. —Ríe—. Nunca te he rechazado, ni te rechazaría.
—Si esta es tu forma de declararte, también estás siendo muy cruel.
—¡Vale ya! —Ríe golpeándome el pecho—. ¿No puedes ponerte serio ni un momento?
Me mira sonriente.
No sé qué estará pensando mientras me observa de una forma tan profunda, yo solo puedo fijarme en lo bonita que es, en cómo la lluvia empieza a pegarle los mechones a la cara. Le aparto uno para verla mejor. Ella me imita, apartándome un mechón mojado de la sien.
—La tormenta está apretando mucho —murmuro con el corazón encogido—. Deberíamos irnos.
—Sabes que a mí me encanta la lluvia —susurra.
—Lo sé, te parece muy romántica.
—Sería una excusa perfecta.
—¿Para qué?
Antes de que pueda procesar sus palabras, los labios de Gala se adelantan buscando los míos con mimo. No le doy tiempo a mi cerebro a que dude de si esto es lo correcto, porque mi corazón late desbocado contra mi pecho y lo único en lo que puedo pensar es en el suave y cálido tacto de Gala, mientras mi boca se abre para recibirla o, más bien, para devorarla. Nuestras lenguas bailan entre ellas con ternura, como si no tuvieran prisa por volver a separarse. Gala se acerca más a mí y yo aprovecho para agarrarla de las caderas y sentarla a horcajadas sobre mí.
Joder, cómo echaba de menos esto.
Cómo la echaba de menos a ella.
Nuestros besos son pausados y dulces, pese al sabor salado de la lluvia sobre sus labios. Y pese a que tengo una necesidad brutal de besarla con ansia hasta que me escueza la boca.
Gala me mordisquea el labio con amor, yo le respondo dándole suaves besos sobre los labios, el mentón, la mejilla, mientras suspiro alterado sobre su piel, que se eriza ante mi aliento. Sus labios vuelven a buscar los míos de una forma que me hace estremecer. Son besos de echarnos de menos, de querernos de más. Son besos de amor, me da igual que no sea capaz de decírmelo.
Entre besos, la tormenta empieza a ser más brusca, más bizarra, hasta que se vuelve tremendamente incómoda.
—¿Sabes el resfriado que vamos a coger después de esto? —Sonrío contra sus labios.
—Sí —ríe en respuesta—, pero habrá valido la pena.
Y, sí, joder si ha valido la pen