Peregrino no lo veía todo; no era capaz de infiltrarse en todas las bases de datos de todo el mundo ni de ver por todas las cámaras. Sobre todo sabía lo que sabían todos los Caddys sobre sus dueños y los trozos de mundo que tocaban, aparte de la información que extraía de Internet. Así que sabía muchas cosas, pero tenía enormes lagunas y puntos ciegos, como cualquier humano; también había datos que conocía pero no sabía encajar.
Aun así, tenía un acceso a datos y una potencia increíbles. Y ¿qué había hecho? Convertirse en un servicio de contactos.
—No sé qué pasó en Denver —decía Peregrino una y otra vez.
Se calculaba que mil setecientos millones de personas pasaban hambre a niveles críticos, pero no tenían Caddys. Los norcoreanos invadían la zona desmilitarizada, pero tampoco tenían Caddys. Ni la mayoría de la gente atrapada en el Invierno Árabe. Algunos de los que morían de disentería o de bacterias resistentes a los antibióticos sí que lo tenían, pero solo algunos. Laurence preguntó a Peregrino si no tendría una visión distorsionada del mundo, más propia de los millones de privilegiados que de los millones de condenados, a lo que respondió:
—Leo las noticias. Sé qué pasa en el mundo. Además, algunos Caddys tienen dueños muy poderosos, con acceso a información que haría que se te cayeran los dientes. Por así decirlo. Cinco minutos.
—Ya he entendido que era una metáfora, muchas gracias.