Todo ángel es terrible

Mi silencio estimula a Andrés para seguir hablando; pero quizá no habla conmigo sino con él mismo

Me pareció entonces que, en algunos casos, el silencio podía ser corrosivo; pero también ofrecía un refugio a los que temen enfrentar la verdad. Callamos

Andrés me ha dicho que las gatas dan a luz igual que las mujeres. Entonces, sufren. Deben de sentir miedo, como mi madre.

MUERTA, SOPONCIO SE VEÍA CASI IGUAL que cuando estaba viva: las tortugas nacen con apariencia de ancianas, con expresión de infinito abatimiento. El golpe le partió el caparazón. Debió de sufrir otras lesiones y perder mucha sangre. Cuando Toña la encontró en la calle, no pudo hacer nada por salvarla. Al regreso del colegio, mi hermano supo la mala noticia. Palideció. El temblor de sus párpados indicaba su esfuerzo por contener las lágrimas. No lloró.

Pienso que en la vida hay injusticias: la enfermedad sin tregua de mi madre, la mala voluntad de las vecinas, la ausencia de mi padre.

No me gustaría que mi hermano estuviera conmigo en este momento: necesito estar solo para pensar lo que quiero. Me siento incómodo, con ganas de arrancarme la ropa a tirones, de arrojar los zapatos lo más lejos posible, y después sentarme en la oscuridad para llorar sin que nadie me mire.

Una frase que dijo Alberta me turba por encima de todas sus amenazas: “Tú tienes los hijos a la fuerza”. Hasta hoy, creí que los niños se tenían por gusto, que la concepción implicaba un sentido maravilloso y sagrado. No es así: mi madre no contradijo a la vecina. Renuncio a pensar más sobre el tema: me parecería imposible que mis hermanos y yo estemos aquí por desgracia

¡No hay nada tan exasperante como el ladrido de un perro que se niega a callar!”

De cualquier manera, cuando abrimos lombrices se apodera de mí una sensación desagradable, similar a la que se tiene cuando se baja en patines por una calle empinada. ¿Desagradable? Tal vez, pero no lo suficiente para dejar de provocarla.

PASÓ MUCHO TIEMPO antes de que yo comprendiera cuánto hizo Toña por nosotros. Fue una de esas mujeres que dejan a su gente y a su tierra para ir a servir en una ciudad lejana, para cuidar a los niños de otros y quererlos sin decirlo nunca. Después, un día de tantos se marchan a hacer la cosecha de su milpa y no vuelven más. Son como aves en su última temporada: siempre han ido y venido, hasta que no vuelven más.