Antes que vivir con vergüenza, Lastochka, mejor vivir con dolor. Recuerda lo que te digo. Cuando llega el dolor, llama a tu puerta, le abres y ya está. Se sienta contigo a la mesa, bebéis de la misma taza, te ahueca la almohada por la noche. El dolor empieza a vivir contigo como si llevarais juntos mil años. Como una vieja, te quiere solo para él. ¿Crees que yo no me resistí, crees que no lloré? Arráncate una muela, tírala y me comprenderás. Más terrible es el dolor de lo vacío que de lo lleno. Me pidió una pierna y se la di. Me pidió una mano y se la di. Y ya ves, sigo viviendo. Juntos salimos del invierno, juntos descendemos al infierno. Sin dolor, creo, me desperdiciaría como el yeso de esa pared. Pero con la vergüenza, Lastochka, el asunto es complicado. La vergüenza no te quita nada, te añade algo. Se te clava como una astilla y te llena de pus. La aceptas un segundo y no se olvida de ti por los siglos de los siglos. Te salta al cuello, se te encarama, y ni la muerte te saca de debajo de su pie diabólico. Ni siquiera la muerte. Recuerda esto que te digo.