Descifrar la mente de un asesino. Un libro perturbador sobre un crimen atroz.
«A menudo se dice que el amor, el poder y el dinero —en ese o en otro orden— mueven el mundo. Pero yo me inclino a pensar que es más frecuentemente el odio quien lo hace. Es el que exige menos constancia, el que puede cambiar el rumbo de la vida con un solo acto.»
El 8 de octubre de 2011, José Bretón asesinó a sus dos hijos, Ruth y José, de seis y dos años de edad. El caso provocó gran atención mediática; en un primer momento, Bretón aseguró que los niños desaparecieron mientras jugaban en el parque. Sin embargo, después se descubrió que asesinó a sus dos hijos con premeditación y quemó sus cuerpos en una pira para no dejar ningún rastro. El 22 de julio de 2013, la Audiencia Provincial de Córdoba lo condenó a cuarenta años de cárcel por un doble asesinato, con los agravantes de parentesco, premeditación y crueldad.
En un ejercicio literario similar al que hace Emmanuel Carrère en El adversario, Luisgé Martín –que durante más de tres años estuvo en contacto con José Bretón— transita en esta crónica por el filo oscuro de la vileza humana, esa que hace saltar en pedazos la vida entera. Bretón, que hasta muchos años después no reconoció el crimen, culpó a su mujer de su propia desdicha sentimental y mató a sus hijos para que el daño fuera duradero y la acompañara siempre: «Si yo no puedo tenerlos, ella tampoco los tendrá». Se trata de un odio bíblico, cegador y oscuro, semejante al que siente Medea por Jasón, de ahí que el autor se pregunte constantemente por el mecanismo cerebral que lleva a esta tragedia.
Al fin y al cabo, Bretón era un hombre corriente. Hannah Arendt habla de esta banalidad del mal, que surge en la insignificancia y la simpleza de un sujeto anodino y frío como él. Es evidente que no se pueden explicar las transgresiones que se suceden hasta derivar en un parricidio, pero hay un momento en el que las leyes morales del mundo desaparecen: ese es el intersticio que Luisgé Martín persigue para poner un poco de luz sobre algo que no se puede llegar a comprender jamás. ¿Es la culpa lo último que le queda a alguien consumido por el odio?