Golpe tras golpe: suelo. Pero siempre de pie de nuevo. Golpe, golpe, golpe. Y entre cada uno, la esperanza de que cesarían. Esquivaba pocos, me tiraban muchas veces, pero siempre volvía a estar de pie. Las virtudes de la necedad son grandes. Sí aguanto, pensaba en el sueño. Pero pura defensa, ¿sabes? Puro aguante y uno que otro golpe esquivado. Y yo, sin lograr pegar. Y en eso no hay virtud.