Cuando Dios Era Un Conejo

Dejé que sus preguntas se evaporaran en la oscuridad, donde se unieron a otros millones de preguntas sin respuesta que aquella noche flotaban sobre Manhattan; pesadas e irremediables, en última instancia crueles. Nadie tenía respuestas.

Dejé que sus preguntas se evaporaran en la oscuridad, donde se unieron a otros millones de preguntas sin respuesta que aquella noche flotaban sobre Manhattan; pesadas e irremediables, en última instancia crueles. Nadie tenía respuestas.

entonces los vi, a los dos protagonistas de mis futuros sueños. Los vi darse la mano y saltar. Presencié los últimos segundos de su amistad. Nunca se soltaron. ¿Quién tranquilizó a quién? ¿Cuál de los dos pudo hacerlo? ¿Fue con palabras o con una sonrisa? Un breve instante de aire puro en el que fueron libres, en el que pudieron recordar cómo era todo antes; un breve instante de sol, de amigos que se dan la mano. Y no se soltaron nunca. Los amigos nunca se sueltan.

«Los recuerdos —me dijo—, por muy pequeños o triviales que sean, constituyen las páginas que nos definen.»

«Y si crees que no puedes verme, cierra los ojos y allí estaré.»

La penitencia —me recordó mi hermano— es un lugar solitario.»

Pero no oyeron nada, salvo el sonido de las olas y el canto de los pájaros de Cornualles, que iban a ocupar sus vidas y las nuestras durante los años siguientes.

mis padres se hubieran detenido un bendito momento, si se hubieran parado un instante y se hubieran quedado callados en el silencio, habrían oído el ruido que hacía el corazón de mi hermano al partirse en dos.

La existencia necesita un propósito, y éste consiste en ser capaces de soportar el sufrimiento de la vida con dignidad. El propósito nos da una razón para continuar, pero el significado debe calar en nuestro corazón, no en nuestra mente. Debemos comprender el significado de nuestro sufrimiento.

—Si no tenemos una razón para vivir, ¿qué sentido tiene la vida? La existencia necesita un propósito, y éste