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Mijaíl Bulgákov

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    Decididamente esto se pone interesante —decía el profesor temblando de risa—. Vaya, vaya, resulta que para ustedes no existe nada de nada —dejó de reírse y como suele suceder en los enfermos mentales, cambió de humor repentinamente; gritó irritado—: Conque no existe, ¿eh
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    Y los cristianos, sin inventar nada nuevo, crearon a Cristo, que en realidad nunca existió. Esto es lo que hay que dejar bien claro..
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    Tiempo después, cuando en realidad ya era tarde, muchas organizaciones presentaron sus informes con la descripción de ese hombre.
    La comparación de dichos informes no puede dejar de causar asombro. En el primero se lee que el hombre era pequeño, que tenía dientes de oro y cojeaba del pie derecho. En el segundo, que era enorme, que tenía coronas de platino y cojeaba del pie izquierdo. El tercero, muy lacónico, dice que no tenía rasgos peculiares. Ni que decir tiene que ninguno de estos informes sirve para nada.
    Primero: el hombre descrito no cojeaba
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    Iván Nikoláyevich estaba confundido, pero se le ocurrió de repente que el profesor tenía que encontrarse en la casa número 13, seguramente en el apartamento 47.
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    —¡Pues claro, está en el río Moskva! ¡Adelante!
    Hubiera sido interesante preguntar a Iván Nikoláyevich por qué suponía que el profesor estaba precisamente en el río Moskva, y no en cualquier otro sitio, pero desgraciadamente no había nadie que pudiera preguntárselo
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    Pero basta ya, lector, te estas distrayendo. ¡Adelante
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    A las diez y media de ese mismo día, cuando Berlioz pereció en «Los Estanques», en el segundo piso de Griboyédov estaba iluminada solamente una habitación, en la que languidecían doce literatos, que esperaban, reunidos, a Mijaíl Alexándrovich
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    El literato Beskúdnikov, un hombre silencioso, bien vestido y con una mirada atenta pero impenetrable, sacó el reloj
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    Dvubratski, que sentado en una silla balanceaba los pies con unos zapatos amarillos de suela de goma
  • Mónica Angelesje citiraoprošle godine
    Nastasia Lukinishna Nepreménova, huérfana de un comerciante moscovita, que se había hecho escritora y se dedicaba a escribir cuentos de batallas marítimas con el seudónimo de Timonero Georges.
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