es

Seth Grahame-Smith

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    bailas con la única chica bonita que hay en la habitación —respondió el señor Darcy mirando a la hija mayor de los Bennet.

    —¡Sí, es la mujer más bella que he visto en mi vida! Pero una de sus hermanas está sentada detrás de ti. Es muy bonita y parece muy agradable.

    —¿A cuál te refieres? —preguntó el señor Darcy volviéndose y mirando a Elizabeth unos instantes, hasta que ésta le devolvió la mirada y el joven desvió la vista y respondió con frialdad—: Es pasablemente atractiva,
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    no lo suficiente para tentarme. En estos momentos no me apetece entablar conversación con jóvenes que otros hombres menosprecian
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    —¡Niñas! ¡El Pentagrama de la Muerte!

    Elizabeth se unió de inmediato a sus cuatro hermanas, Jane, Mary, Catherine y Lydia, en el centro de la pista de baile. Las jóvenes sacaron la daga que llevaban oculta en el tobillo y se colocaron formando una estrella imaginaria de cinco puntas. Desde el
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    centro de la habitación empezaron a avanzar al unísono, esgrimiendo una daga afilada como una navaja de afeitar con una mano y ocultando la otra modestamente a la espalda.

    Desde un rincón de la sala, el señor Darcy observó a Elizabeth y a sus hermanas avanzar a través de la habitación, decapitando a un zombi tras otro. Sólo conocía a otra mujer en Gran Bretaña capaz de manejar una daga con semejante destreza, gracia y mortífera precisión.
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    Una persona puede ser orgullosa sin ser vanidosa. El orgullo tiene que ver con la opinión que tenemos de nosotros mismos, la vanidad con lo que creemos que los demás piensan de nosotros.
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    Meditaba sobre el profundo placer que producen unos ojos hermosos e inteligentes en el rostro de una mujer bonita.

    La señorita Bingley fijó enseguida sus ojos en el rostro del señor Darcy, rogándole que le revelara qué dama le había inspirado esas reflexiones. El señor Darcy respondió:

    —La señorita Elizabeth Bennet.
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    —Y su defecto, señor Darcy, es detestar a todo el mundo.

    —Y el suyo —replicó éste sonriendo—, es malinterpretar adrede a los demás.
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    Sí, o no volveré a dirigirle la palabra.

    —Lo cual presenta una difícil alternativa, Elizabeth. A partir de hoy serás una extraña para tu madre. Tu madre no volverá a dirigirte la palabra si no te casas con el señor Collins, y yo no volveré a dirigírtela si lo haces; pues me niego a que mi hija más diestra en las artes mortales se case con un hombre más gordo que Buda y más aburrido que el fi
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    , o no volveré a dirigirle la palabra.

    —Lo cual presenta una difícil alternativa, Elizabeth. A partir de hoy serás una extraña para tu madre. Tu madre no volverá a dirigirte la palabra si no te casas con el señor Collins, y yo no volveré a dirigírtela si lo haces; pues me niego a que mi hija más diestra en las artes mortales se case con un hombre más gordo que Buda y más aburrido que el filo de una espada de adiestramiento.
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