Friedrich Katz

Díaz podía ser sangriento con las clases populares, pero la matanza de gente de clase alta era rarísima en el Porfiriato. Quería la conciliación, y la conciliación, también, debo decir, con la Iglesia, a la cual le permitió recuperar –no oficial pero sí tácitamente– muchos de sus antiguos privilegios.

México fue objeto, más que cualquier otro país de América Latina, de ataques extranjeros. Me refiero a intentos de España por reconquistar el país después de que obtuvo su independencia, y ante todo a la guerra con Estados Unidos, que le costó a México la mitad de su territorio, y la invasión francesa para imponer un emperador austriaco –Maximiliano– que condujo a años de guerra civil. El resultado fue que hubo muy poco crecimiento económico, mucha inseguridad, y que el país no pudo desarrollarse.

Pero sí da claramente la sensación de que el Porfiriato es un periodo de consolidación de un cierto clasismo y también de un racismo, desde luego, al mismo tiempo que hay estas fuerzas modernizadoras que implican una nueva clase de vida urbana, por lo menos de manera incipiente, una diversificación de las clases sociales, porque un proletariado finalmente no es igual a un campesinado. Hay entonces una contradicción básica en este periodo, en este sentido tal vez.