La mayoría de los refugiados no quiere vivir en Europa; quiere una vida decente en sus países de origen. En lugar de trabajar para lograr esto, los poderes occidentales tratan el problema como si fuera una “crisis humanitaria” cuyos dos extremos son la hospitalidad y el miedo a perder nuestro estilo de vida. Por lo tanto, crean un falso conflicto “cultural” entre los refugiados y la clase obrera local, enfrentándolos en un conflicto falso que transforma una lucha política y económica en una del tipo de “choque de civilizaciones”