Amaya Lacasa

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    Vivía abrumada por el peso de sus propios méritos, con los que fatigaba a todo el mundo, empezando por ella misma.
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    El tratamiento de Pushkin es sutil pero aún romántico: la deuda de honor no se salda viendo morir al adversario, sino conociendo su miedo, su desesperación. Paradójicamente, en el pensamiento romántico, el duelo es, en una sociedad regulada, un instrumento humanizador: una forma de poder ver al hombre, al fin, sin máscaras, sin leyes, reducido a instinto y emoción.
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    la decidida predilección de los autores, bien documentada en nuestra antología, por el caso anecdótico, por la circunstancia mínima, por los personajes pequeños: el sepulturero, el maestro de postas, el siervo peluquero, el cochero, el posadero, el cuidador de huertos, el soldado que muere anónimamente en un barco… por no hablar, en otros estamentos, de los terratenientes ociosos, de los funcionarios anodinos, de los profesionales (médicos, ingenieros) no respetados
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    El «hombre superfluo» es el hombre que observa sin incidir en lo observado; el hombre que reflexiona pero no interviene. Es el hombre que, consciente –como Gúrov en «La dama del perrito»– de que por debajo de las convenciones hay otra vida, más plena pero también más arriesgada, se deja llevar no obstante por la inercia, y se acomoda –al contrario que Gúrov– a un papel rutinario que ha decidido representar ante sí mismo. Se engaña, no atreviéndose a ser lo que podría ser; se convierte, como el héroe de Turguénev, en una «criatura recelosa, susceptible y afectada», inútil y desconocida para sí misma: inútil y desconocida, por tanto, para los demás.
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    la insignificancia se convierte en una elección, en una toma de partido.
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    Turguénev no tenía por qué inquietarse, pues una de las razones a las que debió su fama fue que la lectura de sus Memorias de un cazador (1852) pesó mucho en la decisión del zar Alejandro II de abolir la servidumbre en 1861. Pero, por otro lado, esta inquietud cuadra perfectamente con su innovadora inclinación por un tipo de narrador avergonzado y autolesivo, desvirilizado, que se erige contra el narrador hiperactivo y laborioso, viril, del siglo XIX y que cuenta no lo que ha hecho, sino lo que no ha hecho, embargado de culpa e inhibición.
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    Sí sabemos, en cambio, por qué Chéjov, a quien aquí veremos perfectamente capaz de sujetarse a una historia con trama y con final (véase especialmente «La apuesta»), llegaría a pensar que el efecto «inacabado» era el que mejor reproducía el curso de la vida, esa cosa esquiva que todo escritor, superfluo o no, siempre ha tratado de atrapar.
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    Las paredes de su casa estaban carcomidas por las balas, llenas de hendiduras, como un panal de abejas.
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    Me entregué al torbellino de las diversiones con la viveza propia de mis años sin pararme a pensar en nada... Lástima: aquella época merecía atención.
  • Ivana Melgozaje citiralaprije 10 mjeseci
    Pero ¡Dios mío, qué consecuencias tuvieron para ella las extraordinarias cualidades de su alma y el valor de su mente! Qué razón tenía mi escritor favorito cuando dijo: «Il n’est de bonheur que dans les voies communes»*1.
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