Un pago justo reclama un poema justo. Compensemos esta anécdota con otra que procede de la tradición biográfica relativa al otro plato de la balanza. Cuenta la historia que Simónides, la víspera de una travesía marítima, caminaba solo por la costa. De pronto se detuvo ante un cadáver que yacía a sus pies. Simónides no titubeó. Resolvió enterrar el cuerpo y, acto seguido, erigió un epitafio que habla en la voz del difunto:
οἱ μὲν ἐμὲ ϰτείναντες ὀμοίων ἀντιτύχοιεν,
Zεξένι᾽, οί δ᾽ ὑπὸ γν θέντες ὄναιντο βίου.
[Que quienes me han dado muerte reciban destino igual,
Zeus anfitrión, y que quienes me dieron sepultura gocen de
la vida.]44
Pero el epitafio no es el final de la historia. Durante la noche, el cadáver que Simónides había enterrado se le apareció en sueños advirtiéndole no zarpar al día siguiente. Simónides comunicó esta advertencia a sus compañeros de viaje, quienes la ignoran, se hacen a la mar y naufragan. Simónides se quedó y se salvó. Agregó entonces un codicilo al epitafio en la playa:
οὗτος ὁ τοKείοιο Σιμωνίδου ἐστὶ σαωτήρ,
ὃς ϰαὶ τεθνηὼς ζντι παρέσχε χάριν.
[Aquí reposa el salvador de Simónides
quien aun muerto ha concedido una gracia a los vivos.]45