Balam Rodrigo

  • Rafael Ramosje citiraoprošle godine
    Declaro: Que mi amor a Centroamérica muere conmigo.
    FRANCISCO MORAZÁN
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    Y Dios también estaba en exilio, migrando sin término;
    viajaba montado en La Bestia y no había sufrido crucifixión
    sino mutilación de piernas, brazos, mudo y cenizo todo Él
    mientras caía en cruz desde lo alto de los cielos,
    arrojado por los malandros desde las negras nubes del tren,
    desde góndolas y vagones laberínticos, sin fin;
    y vi claro cómo sus costillas eran atravesadas
    por la lanza circular de los coyotes, por la culata de los policías,
    por la bayoneta de los militares, por la lengua en extorsión
    de los narcos, y era su sufrimiento tan grande
    como el de todos los migrantes juntos, es decir,
    el dolor de cualquiera
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    y aún mientras caía, antes aun de las mutilaciones,
    antes de que lo llevaran al forense hecho pedazos
    para ser enterrado en una fosa común como a cualquier otro
    centroamericano, como a los cientos de migrantes
    que cada año mueren asesinados en México,
    mientras caía con los brazos y las piernas en forma de cruz,
    antes de llegar al suelo, a las vías, antes de cortar Su carne
    las cuadrigas de acero y los caballos de óxido de La Bestia,
    antes de que Su bendita sangre tiñera las varias coronas de espinas
    que ruedan sobre los rieles clavados con huesos
    a la espalda del Imperio mexica, el Señor recordó en visiones
    a su discípulo Francisco Morazán y le dio un beso en la mejilla,
    y tomó un puñado de tierra centroamericana y ungió con ella
    su corazón y su lengua
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    y recordó que Morazán le preguntó una vez,
    mientras yacían bajo la sombra de una ceiba,
    aquella en la que había hecho el milagro de multiplicar el aguardiente
    y las tortillas: “Maestro, ¿qué debemos hacer si nos detienen
    y nos deportan?”, a lo que Él respondió: “Deben migrar setenta
    veces siete, y si ellos les piden los dólares y los vuelven a deportar,
    denles todo, la capa, la mochila, la botella de agua, los zapatos,
    y sacudan el polvo de sus pies, y vuelvan a migrar nuevamente
    de Centroamérica y de México, sin voltear a ver más nunca, atrás…”
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    Vine a este lugar porque me dijeron que acá murió mi padre
    en su camino hacia Estados Unidos,
    sin llegar a ver los dólares ni los granos de arena en el desierto
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    Bajé de los Cuchumatanes, desde los bosques
    de azules hojas de la nación Quiché,
    desde la casa en donde habitan la niebla y los quetzales
    hasta llegar, cerca de Ayutla, a la orilla del río Suchiate.
    Abandoné el olor a cuerpos quemados de mi aldea,
    la peste militar con sus ladridos de “tierra arrasada”
    mordiendo hueso y calcañar con metrallas y napalm, su
    huracán de violaciones y navajas
    que aniquilaba a los hombres de maíz con perros amaestrados
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    Hui del penetrante olor a odio y podredumbre;
    caminé descalzo hasta el otro lado del inframundo
    para curarme los huesos y el hambre.
    Nunca llegué.
    Dos machetazos me dieron en el cuerpo
    para quitarme la plata y las mazorcas del morral:
    el primero derramó mis últimas palabras en quiché;
    el segundo me dejó completamente seco,
    porque a mi corazón lo habían quemado los kaibiles
    junto a los cuerpos de mi familia
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    Dos fichas de cerveza Gallo pusieron en mis ojos:
    todos los días veo cruzar por estas aguas a los barqueros de la muerte,
    a los comerciantes del dolor que llevan en sus canoas de tablas
    y cámaras de llanta las almas de los migrantes
    enfiladas puntualmente hacia el tzompantli llamado México
  • Rafael Ramosje citiraoprošle godine
    Dicen polleros y coyotes que ven mi fantasma en la ribera,
    por eso se santiguan y rezan al cruzar las aguas rotas
    de este espejo seco en el que escriben su nombre
    con el filo estéril de las hachas votivas.
  • Rafael Ramosje citiraoprošle godine
    Todos los días veo pasar a las hileras de muertos,
    a los que migran sin llegar a Estados Unidos:
    parvadas de cuerpos en pena, tristes figuras humanas,
    barro entre los insomnes dedos de Dios.
    Yo, primogénito de los migrantes muertos,
    los recibo con un racimo de filosos machetes
    en lugar de brazos, iluminado por la cara oculta
    de esta luna leprosa:
    bienvenidos al cementerio más grande de Centroamérica,
    fosa común donde se pudre el cadáver del mundo.
    Bienvenidos al abierto culo del infierno.
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