David Toscana

no llevaban la aureola de víctimas, sino de meros impertinentes.

El padre Eugeniusz disfrutaba la compañía de hombres que podían emborracharse, hablar de mujeres y de la vida sin mencionar a dios.

Eran tres hombres arriba de sesenta

Subir sobrios es complicado; bajar borrachos será la muerte.

Padre, dijo Ludwik, bendícenos el vodka para emborracharnos a gust

En esta ciudad hay que celebrar cada día que se está vivo. Aquí no se llora a los muertos; se aclama a los vivos

Feliks se había cuidado de no poner horarios de apertura en la puerta de su tienda. Así podía llegar y marcharse cuando quisiera. También se cuidó de no colgar ningún cartel porque ¿cómo le llamaría a su local? ¿Pillajería? ¿Comercializadora de saqueos? ¿Mercadería de los vencidos

Canta, oh novelista, la novela de una ciudad que se esfumó; canta a las mujeres que no volvieron, a los hombres que murieron. Escribe unas líneas y haz sonar en tus palabras el llanto y el viento, la risa y el tiempo y el amor.

Cántale a Varsovia, amigo mío, la ciudad que el diablo se llevó. Al valor de sus hombres, que de nada nos sirvió. Pon aquí y allá unas líneas igual que versos a esos seres perversos de fusil en mano y el alma en ceros. Canta a aquella ciudad que se llamaba Varsovia para que nadie la olvide y canta también a esta otra con otra gente, sin sabor, sin valor y sin historia que vino a robarse el bello nombre de Varsovia

Siempre era más, mucho más, lo que dejaba de ocurrir que aquello que sí ocurría