Sus labios se encontraron con los míos y encajaron a la perfección. Suaves pero firmes, sin atisbo de duda. Noté sus dientes sobre el labio inferior y entonces me mordió levemente. No besaba como ningún otro, aunque tampoco es que hubiera habido tantos para comparar. Simplemente era maravilloso, y mejor. Infinitamente mejor. Apretó la boca contra la mía y noté su lengua. Dios, qué bien sabía. Enredé los dedos en su pelo como si siempre lo hubiera hecho, y me besó hasta que olvidé todo lo que había precedido a este momento. Me daba todo igual.