Jo Witek

Me querían invisible, así que me convertí en lluvia. Pero la lluvia no es transparente. Ni tranquila, ni dócil, ni frágil

A lo lejos, los otros siguen alegres en el baile de la boda. A lo lejos, la fiesta está en su mejor momento. A lo lejos, las chicas hablan de amor y eligen casarse o no, estudiar o no, parir cuando ellas lo desean. A lo lejos, las mujeres viven su protesta en las calles, con el puño levantado. A lo lejos, hay un mundo de libertad.

estoy convencida de que el mundo me pertenece. Aún ignoro que estoy equivocada: soy yo quien, desde que nací, le pertenezco

Y sobre mi tapete, encogida, pienso que el Dios de las mujeres no es el mismo que el de los hombres.

Me querían invisible, así que me convertí en lluvia. Pero la lluvia no es transparente. Ni tranquila, ni dócil, ni frágil

Este espacio de libertad en mi cabeza de niña donde nunca se hará de noche.

Aquí, sin cooperación ni solidaridad, los seres humanos no pueden sobrevivir. Por eso somos tan unidos en los pueblos. Por eso nuestras tradiciones perduran; para bien y para mal.

Soy la actriz que interpreta el papel que la comunidad escribió para ella desde hace miles de años. Había una vez una joven núbil que, mientras esperaba casarse, iba dulcemente a llevarle la comida a su papá. La cabeza gacha. Ideas simples. Amordazada.

—¡Este uniforme ya te queda muy chiquito, Efi! —dice soltando una carcajada.

pueblo, así es como las mujeres viven, entre niños y labores domésticas, en interminables desfiles coloridos