un día, adolescente, me incliné ante un espejo y no había nadie. El vacío”.26 Rosari
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Chichi en cambio, es palabra de menos audacias. Tiene regusto precolombino, olor a chile recién tostado, voz risueña que habla en náhuatl. Es la que va amamantando desparpajadamente por la vida, en cualquier parque y en cualquier mercado
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Los pechos entonces son dos, como el ying y el yang; y en el imaginario social tienen dos caras. La mala incita al placer y al pecado; la buena es toda amor y entrega desinteresada.
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Empezamos a entender que las chichis son nuestras, como nuestras son las orejas, los tobillos, la matriz, los codos, la cabeza, las manos, la punta del pie, la rodilla, la pantorrilla y el peroné.
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Ya no son de los hijos, ya no son de los varones.
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La piel es borde y debe desbordarse (bordarse en otro), explayarse y prolongarse en los afanes de otra piel. Para asirse con fuerza a la vida pasajera debe confirmar que no es sólo dermis utilitaria, que vibra y palpita, que se enrojece y retrae, que crece, bulle, babea, se inflama. Y reclama al otro. La piel tiene su corazón.
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La piel reclama otra piel para saberse infinita.
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Su cuerpo es entonces el vehículo de la resistencia. Será el del gozo, cuando una pareja la contrata, será el del aborto cuando decide que la vida no puede fructificar en ella. Ella manda.
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El cuerpo como voz, como manifiesto, como rebeldía, está en lo que escribo, porque el cuerpo tiene sus maneras de decir más allá de la construcción de la idea.
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Ahora me piden que sea otra de la que soy, que me corte la lengua, que me nuble la vista, que me ampute los dedos, el corazón, que no piense, que no sienta más que lo que es menester y propio de una religiosa, de una esposa de Cristo. ¿Quién ha decidido que no pensar es propio de la mujer del Altísimo?
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