Colin Higgins

  • Dianela Villicaña Denaje citiralaprošle godine
    Echa un vistazo, Harold —dijo—. Ahí tienes al Ejército, aplastando a los hispanos en San Juan, machacando a los chinos, azotando a los pieles rojas y marchando al frente de batalla por el puente de Remagen. ¡Qué gran vida! Te ofrece historia y educación. Acción. Aventura. ¡Consejos! ¡Verás la guerra… en persona! Y montones de chicas de ojitos rasgados. ¡Te harás un hombre, Harold! Cuando te pones el uniforme y caminas erguido, con brío en el paso y brillo en la mirada, tu corazón sabe que estás luchando por la paz. Y sirviendo a tu país
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    Harold —dijo, en tono práctico—, es hora de que empieces a pensar en tu futuro. Tienes diecinueve años, casi veinte. Hasta hoy has llevado una vida ociosa, feliz y sin preocupaciones: la vida de un niño. Ya va siendo hora de dejar esos comportamientos infantiles y de asumir responsabilidades adultas. A todos nos gustaría navegar por la vida sin pensar en el mañana. Pero eso no puede ser. Tenemos nuestras obligaciones. Nuestros deberes. Nuestros principios. En resumen —añadió, terminando de ponerse los guantes—, creo que ha llegado el momento de que te cases.
    —¿Qué? —dijo Harold.
    —Que te cases —contestó su madre, cogiendo su bolso de noche y saliendo por la puerta—. Vamos a buscarte una chica para que puedas casarte
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    Pero cuando se lleva los coches, ¿no piensa que…, bueno, que está perjudicando a sus dueños?
    —¿Qué dueños, Harold? No somos dueños de nada. Este mundo es transitorio. Llegamos a él sin nada y nos marchamos sin nada, por eso, ¿no te parece que la propiedad es un poco absurda? Voy a ver si ha pasado el cartero
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    Bueno, si les fastidia porque se creen dueños de ciertas cosas, yo solo les hago un recordatorio sutil. En cierto modo les facilito el tránsito. Hoy estás aquí y mañana te has ido, así que es mejor no apegarse a las cosas. Aunque, sin perder de vista eso, no tengo nada en contra de coleccionar trastos. Mira todo lo que hay aquí. He coleccionado un montón de cosas a lo largo de mi vida
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    cuadros. Ven aquí. Este lo he titulado El rapto de Roma. ¿Qué te parece?
    Harold observó el lienzo grande. Era una escena vagamente rubensiana, llena de fuego y movimiento, en la que un grupo de señoras gordas y sonrosadas forcejaban con su ropa, sus raptores y un par de corceles
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    mi lema es: «Prueba algo nuevo todos los días». Al fin y al cabo, nos dan la vida para descubrirl
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    Me encanta ver cómo crecen las cosas —dijo Maude—. Fíjate en esas pillinas, Harold. La última vez que vine estaban empezando a agrietar el suelo y asomar las cabecitas verdes. Y míralas ahora. Mira las hojas nuevas que tienen dentro.
    —Sí, las veo —contestó Harold con entusiasmo—. Son rizadas y frágiles… como la cabeza de un recién nacido.
    —También deberíamos ir a ver a los recién nacidos
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    creo que buena parte de las penas del mundo vienen de la gente que sabe que es esto —dijo, cogiendo la margarita con la mano— pero consiente que la traten como eso.
    Parpadeó, con los ojos llenos de lágrimas, y se quedó mirando los miles y miles de margaritas que se mecían suavemente al sol de la tarde.
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    «Nadie puede verse a sí mismo si un amigo no le presta sus ojos». Estoy en deuda contigo, Harold
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    Que se allane el camino que tus pies han recorrido»
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