¿No se convence todo niño que no es víctima del desamparo de la ventaja de haber nacido, sólo porque hay mamilas eudaimónicas, espíritus-caramelo benignos, ampollitas conjuradas, hadas bebibles que velan discretamente en su cama para irrumpir de vez en cuando tranquilizadoramente en su interior? ¿No se socava en el individuo, por una suma de invasiones provechosas, una gruta de amor en la que habrá un aposento común, para toda la vida, para la mismidad propia y sus espíritus asociados? ¿No presupone todo acceso a la subjetividad todo tipo de penetraciones dichosas, invasiones conformadoras y entregas interesadas a intrusos enriquecedores? ¿Y no encierra todo arrebato de autodeterminación ofensiva cierta rabia también por una entrega de sí desatendida?