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Jorge Ibargüengoitia

Dos crímenes

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  • Rafael Ramosje citiraoprije 6 dana
    —A mí se me hace, don Pepe, que mi tío no fue asesinado, sino que se suicidó.
    —Era un hombre muy enfermo.
    —Deje usted la enfermedad, la humillación constante de depender de otras personas para efectuar los actos más comunes y corrientes de la vida.
    —Era una situación terrible.
    —Yo he pensado que un acto así, aunque normalmente es pecado, Dios Nuestro Señor lo perdona.
  • Rafael Ramosje citiraoprije 6 dana
    Fui al baño a hacer mis necesidades menores. Cuando orinaba estuve repitiendo en voz alta las palabras de Santana
  • Rafael Ramosje citiraoprije 6 dana
    —No puedo cenar —dije, e hice a un lado el plato de macarrones.
    —Estas tristezas —me dijo Jacinta— a veces le dan a uno hambre y a veces se la quitan.
  • Rafael Ramosje citiraoprije 6 dana
    Mientras miraba los macarrones, Jacinta me dijo:
    —Entre las macetas que están cerca de la entrada encontré este papel.
    Me dio uno de los papelitos doblados que Ramón había acostumbrado mandarme con Zenaida. Al verlo la idea de que Ramón había muerto me llegó con mayor claridad que cuando había visto el cadáver. Comprendí que el que tenía enfrente era el último mensaje que Ramón habría de mandarme. Lo desdoblé y leí:
    «El pajarito llegó, aunque muy retrasado. Todos los asuntos que estaban pendientes han quedado arreglados. No te molestes en hacer lo que te pedí. Ramón.»
  • Rafael Ramosje citiraoprije 16 dana
    El mensaje decía:

    «Regresó el pajarito y trajo las muestras. Ven a la casa con la enciclopedia para ver si realmente estas piedras son creolita.»

    Como de costumbre, Ramón no me decía «por favor», como de costumbre, también, obedecí inmediatamente. Dejé la farmacia a cargo de la dependienta y fui a casa de mi amigo con dos tomos de la Enciclopedia de las ciencias y las artes. Lo encontré en el despacho estudiando las piedras que estaban en el escritorio.
  • Rafael Ramosje citiraoprije 20 dana
    entró Amalia.
    —Ven —me dijo— que quiero enseñarte una cosa divina.
    La seguí con la confusión que siempre me produce su proximidad. Los tacones que lleva, por ejemplo, que son altos y puntiagudos —estoy seguro de que de un taconazo puede perforar un cráneo—, se enchuecan y se resbalan cuando Amalia camina en el patio de servicio que está empedrado. Me parecen completamente ridículos. Las piernas, en cambio, que son peludas pero están muy bien formadas, me producen una sensación mixta: parte repulsión y parte atracción lasciva. Lo que dice, en cambio, es tan grotesco que me produce ternura. Esa tarde, por ejemplo, se me ocurrió preguntarle:
    —¿Por qué te casaste con el gringo?
    —Porque a mí siempre me ha encantado todo lo americano.
    Me desprecio porque me dan ternura estas estupideces y más me desprecio porque no me atrevo a decirle que son estupideces. Es decir, ni puedo aceptar a Amalia como si fuera igual a mí ni puedo rechazarla.
  • Rafael Ramosje citiraoprije 20 dana
    fui después a pararme detrás de Lucero, que seguía dibujando, le puse las manos sobre los hombros y le dije:
    —Ven.
    Ella se levantó, me siguió hasta el centro de la habitación y dejó que yo le quitara los huaraches, los pantalones, las pantaletas y la playera.
    —Siéntate aquí —dije, señalando el papel limpio que acababa de restirar sobre la mesa—. Ahora levanta las piernas y ponlas sobre mis hombros.
    Ella obedeció. Todo salió tan bien que no me importó ni cuando el orgasmo la hizo juntar las piernas y estuvo a punto de estrangularme. Mugió igual que Amalia.
  • Rafael Ramosje citiraoprije 20 dana
    empezaron a cantar, primero «las mañanitas» y después «no salgas niña a la calle, porque el viento fementido, jugando con tu vestido puede dibujar tu talle», etc.
  • Rafael Ramosje citiraoprije 20 dana
    —Todavía no les he contado lo peor —dijo Gerardo, y siguió—: ahora Angelita tiene un novio y vienen juntos con frecuencia a Muérdago, y a veces los veo pasear por el portal en donde está el juzgado.
    —Yo no toleraría eso —dijo Fernando—. Yo saldría del juzgado y los mataría a los dos a tiros.
    —Al verla del brazo de otro comprendo que todavía la quiero y siento rete feo, como si me estuvieran enterrando un puñal.
    —Haces mal, hermano —dijo Alfonso—. Sobre todo sabiendo que es una mujer que no vale nada.
    —¡Quién me hubiera dicho —concluyó Gerardo— que a los cuarenta y siete años iba a ser esclavo de las pasiones!
    —¡Que vengan los cancioneros! —pidió Alfonso.
    —¡Que me toquen «La que se fue»! —pidió Gerardo.
  • Rafael Ramosje citiraoprije 20 dana
    Le ofrecí mil pesos para limar asperezas. ¿Qué creen que me contestó? Que le debía cinco mil, porque había sido virgen cuando me conoció.
    —¡Ay, qué hija de la chingada! —dijo Alfonso, realmente indignado.
    —Se los di —siguió Gerardo.
    —Hiciste mal —dijo Fernando—. Una mujer que le pone precio a cosas del amor no merece un centavo.
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