Casi de modo no planeado, casual, van configurándose en conferencias, lecturas, notas de cursos, conversaciones con colegas, artículos académicos y de divulgación, libros, correos y “pantallazos” electrónicos, una serie de objetos académicos, que sólo se concretan cuando, por ejemplo, surge un nucleador, una oportunidad para canalizarlos a donde impredeciblemente estaban redestinados. En este caso, se partió de un trabajo de año sabático, retomado después como núcleo de este ejercicio. Sin embargo, una vez desencadenado, difícilmente se tienen argumentos para detenerlo: llega información nueva, libros, noticias, que ameritarían continuar con el proceso, con riesgos de hacerlo infinito, de modo que la decisión de terminarlo es un gesto de voluntad que va en contra de la corriente.
Los textos propuestos son sólo, pues, abrebocas a dimensiones que, también caprichosamente, interesan o interesaron en su momento, y sobre las cuales se espera continuar atando cabos nuevos o simplemente olvidarlas como caminos ya transitados. El museo, con correlatos como la memoria, el patrimonio, las políticas culturales, sus variedades y redefiniciones, se convierte en una especie de «atractor extraño», en una metáfora prestada a las teorías de caos, que permite ver dinámicas culturales, económicas y sociales de un modo peligrosamente totalizante, en tanto pretende la imposible tarea de guardarlo todo. Sin embargo, y esto justificará aciertos y omisiones del trabajo, una moderada dosis de poesía actuará como phármakon para que su recorrido
no sea tomado tan seriamente como para no dejar espacio a lo que realmente celebran los museos: la imaginación y la capacidad de inventarse que compartimos los seres humanos de todos lados.