Tim te Maro y la magia de los corazones rotos

como si fuéramos una familia de pingüinos homosexuales.

–¿Y tú? –pregunto.

–Dejé caer a mi bebé huevo por una razón. Ahora duermo en paz.

Su piel pálida lo delata. La mía nunca lo hace. Gracias, papá, por la melanina. Lástima que te esfumaste y nos dejaste a mamá y a mí solos.

Eso era lo que quería decirme? ¿Qué yo te gustaba?

–Sí. Y que hace tiempo que es así.

–Pero nunca habíamos hablado.

–Tienes otras cualidades además de tus brillantes habilidades comunicativas.

–Pero tampoco pasamos tiempo juntos –agrego con el ceño fruncido–. ¿Cómo podía gustarte?

–No eres invisible, Tim. Podía verte y, últimamente, lucías muy bien.

–¿Te gustaba mi aspecto de triste niño abandonado?

Los dos hombres más importantes en mi vida están mirándose en este momento y es extraño.

Soy mi peor enemigo.

–¿Cansado? –le pregunto.

–Mmm. Esta es, decididamente, la relación más agotadora que tuve en mi vida.

Vete a la mierda, Tim –responde. Suena triste y enojado–. Avísame cuando lo descubras.

cada día que estamos juntos, cada vez que me llama “querido”, vuelvo al borde del abismo de la tristeza, a punto de caer. Un día voy a encontrarme parado frente a ese precipicio, sin nada más que perder, gritaré hacia el vacío para dejar que mis sentimientos fluyan como sangre y no sabré qué hacer cuando él se vaya.

Deja de disculparte por cosas de las que no eres culpable.