Porque este solsticio… era su cumpleaños. Veintiún años.
Por un momento me sorprendió lo bajo que era ese número.
Mi bella, fuerte, feroz pareja encadenada a mí…
—Sé qué significa esa mirada, bastardo —dijo Cassian con rudeza—, y es mierda. Ella te ama…, de una manera en que nunca he visto que alguien amara a otro.
—A veces es duro… —admití, mirando a través de la ventana el campo cubierto de nieve, los ruedos de entrenamiento y las viviendas más atrás—… recordar que ella lo eligió. Me eligió a mí. No es como mis padres, que estaban juntos por un matrimonio convenido.
El rostro de Cassian cobró una expresión solemne, poco habitual, y permaneció en silencio un momento antes de decir:
—A veces siento celos. Nunca te reprocharía tu felicidad, pero lo que vosotros dos tenéis, Rhys… —Se pasó una mano por el pelo, su Sifón carmesí centelleando bajo la luz que entraba por la ventana—. Son las leyendas, las mentiras, los cuentos de cuando éramos niños. Sobre la gloria y la maravilla del vínculo de pareja. Creí que era todo mierda. Pero después vinisteis vosotros dos