Espejismos de otoño

Supongo que el mundo tiene cosas mucho más interesantes, pero, para mí, tu aparición fue algo fascinante, no sólo por tus gracias, sino porque supiste convertirte en alguien imprescindible.

Hay, sobre la arena, blanca y luminosa, una sábana gigante igual de blanca. Las pocas nubes que la cubren le van cambiando de tonalidad y, a su compás, también los sentimientos de quien se detiene a contemplarla: un leve estremecimiento.

Eso es lo que siento por ti.

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Palabra mágica para almas agotadas y sin esperanzas.

Quizá la única capaz de desvestirnos, de desnudarnos de lo que somos, sea la muerte.

Nadie se libra de sí mismo mientras esté vivo, pero aun sabiéndolo, tampoco hay quien se atreva a matarse. Así es el ser humano.

Me limitan las palabras y me siento incapaz de expresar con exactitud lo que siento.

¿Qué lugar de este mundo podría contarse como especial?

Ella, que ya no existe, palpita de vida junto a mí. La veo, la siento y hasta creo tocarla.

Supongo que el mundo tiene cosas mucho más interesantes, pero, para mí, tu aparición fue algo fascinante, no sólo por tus gracias, sino porque supiste convertirte en alguien imprescindible.

Qué duda cabe que nos determina, que influye en nuestra forma de pensar y vivir? ¿Acaso no es ella, nuestra propia materialidad, la que nos ha obligado a mantenernos a distancia, a no vernos pese al tiempo transcurrido?

miro en el espejo con la sensación de que lo que veo no es más que un obstáculo para mi existencia, una presencia física a la que me siento encadenada, pero que tampoco sé con seguridad si, desprendiéndome de ella, de mi cuerpo, gozaría de más libertad: ¿seríamos libres, realmente libres, tan libres como el viento, sin un cuerpo del que depender?