Desde los tiempos más antiguos, la tejeduría fue un oficio reservado a las mujeres, a las que investía de respeto en el dominio público. El himno destaca oficios como la tejeduría, en cuanto prácticas que ayudan a civilizar a las tribus de cazadores-recolectores. Cuando la sociedad arcaica se hizo clásica, todavía se celebraba la virtud pública de las tejedoras. En Atenas, las mujeres hilaban una tela, el peplos, que luego exhibían por las calles de la ciudad en un ritual anual. Pero otros oficios domésticos, como el de cocinar, no tenían el mismo estatus público, y ningún oficio daría a las mujeres atenienses de la era clásica el derecho a votar. El desarrollo de la ciencia clásica contribuyó a cargar la habilidad de sentido genérico, lo que terminó en la aplicación del término «artesano» únicamente a los hombres. Esta ciencia oponía la destreza manual del hombre a la fuerza de los órganos internos de las mujeres como portadoras del hijo en su seno; contrastaba los músculos de los brazos y las piernas de uno y otro sexo, más fuertes en los hombres que en las mujeres, y daba por supuesto que el cerebro masculino era más «musculoso» que el femenino.7