—Maldito seas. Damien Stark —susurro—. Maldito seas por renunciar a lo nuestro.
Se detiene y observo el dolor en su rostro. Mira hacia abajo, a sus pies, donde ha caído la pulsera. Se agacha para cogerla, luego se detiene. Lo miro a la cara, esperando algunas palabras de consuelo. Pero no las oigo. En cambio, solo escucho las únicas dos palabras que nunca hubiera querido oír.
—Adiós, Nikki.
Y se marcha.