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Peter Szendy

Poderes de la lectura

Cuando leo, una voz en mí me intima a leer ("¡lee!"), mientras que otra pone manos a la obra y se presta a la voz del texto, como lo hacían los antiguos esclavos lectores que encontramos sobre todo en Platón. Leer es habitar esa escena que, aun cuando se interiorice en una lectura aparentemente silenciosa, sigue siendo plural: es el lugar de relaciones de poder, de dominación, de obediencia; en síntesis, de toda una micropolítica de la distribución de las voces.
La escucha atenta de la polifonía vocal inherente a la lectura conduce a sus zonas sombrías: allí donde, por ejemplo en Sade o en jurisprudencias recientes, puede convertirse en un ejercicio violento, punitivo. Pero al prestar así atención a las relaciones conflictivas de las voces que leen en nosotros, nos vemos en la necesidad de revisitar la idea, tan degradada desde la Ilustración, de que leer libera. Las zonas sombrías de la lectura son zonas grises: el lugar donde lectoras y lectores, al vivir la experiencia de los poderes que se enfrentan en su fuero interno, se inventan, se convierten en otros. Hoy más que nunca, en la era del hipertexto, leer es tener la vivencia de las potencias y las velocidades que nos atraviesan y traman nuestro devenir.
Esta arqueología del leer dialoga con numerosas teorías de la lectura, de Hobbes a De Certeau pasando por Benjamin, Heidegger, Lacan o Blanchot. Pero también se dedica a auscultar, en la mayor cercanía posible, fascinantes escenas de lectura orquestadas por Valéry, Calvino o Krasznahorkai.
259 tiskanih stranica
Vlasnik autorskih prava
Bookwire
Objavljeno prvi puta
2024
Godina izdanja
2024
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Citati

  • Elizabeth Alvarez Joséje citiralaprije 19 dana
    Frente a la avalancha sin medida de todo lo que habría que leer, ¿no está nuestro pequeño teatro vocal, donde se desarrollan y se desbaratan los micropoderes de la lectura, condenado a explotar, a quedar pulverizado? ¿No hay algo tremendamente anacrónico en el hecho de querer pensar hoy la lectura, con su economía o su ecología globalizadas, a la escala microscópica de un reparto de las voces perteneciente a una época en que no existía otra cosa que algunos rollos de papiro que circulaban de mano en mano? Y sobre todo, ¿qué podría quedar en verdad de esa vieja vocalidad cuando mi lectura se torna cada vez más hipertextual, distante o maquínica, cuando cliqueo en enlaces que me llevan de texto en texto o cuando busco las apariciones de una palabra en una obra que se asemeja entonces más a una base de datos que a un libro encuadernado y paginado?
  • Elizabeth Alvarez Joséje citiralaprije 19 dana
    una justa práctica de la lectura debería por necesidad dar cabida a cierto grado de no lectura, consecuencia insoslayable —aritmética, por así decir— de la simple cantidad de escritos publicados cada día en el planeta. La lógica parece inapelable y hay que tomarla en serio: si, con Goethe, que fue el primero en hablar de Weltliteratur, se llama “literatura mundial” una plétora sin precedente de textos que exigen una legítima atención, ¿cómo seguir justificando que haya que leer de cerca, consagrándoles el tiempo de una glosa o una auscultación infinita, los mismos pasajes canónicos, a los que se supone merecedores de una reinterrogación incesante?
  • Elizabeth Alvarez Joséje citiralaprije 19 dana
    ticos, por ejemplo, interesaban a Michel Foucault, que veía en ellas la promesa de una lectura tendiente a su absoluto, a punto de soltar las amarras que la anclan a la página; y Walter Benjamin, lo veremos, no estaba lejos de sugerir que la relación más auténtica o más respetuosa con los libros podría ser la del puro coleccionista que, en vez de leerlos o comerciar de alguna manera con ellos, los deja simplemente ser tal como son.
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