Microcolapsos

Cinco minutos
Me llamo cinco minutos, nazco y muero cada cinco minutos. He sido los cinco minutos de mucha gente. Para bien o para mal, todos tienen los suyos de gloria o de infamia. A mí me tocó ser esto y no aquella hora marcada que va a lo suyo y es perversa. Yo soy efímero, a veces no muy certero, nada más. Y lo seré, lo quiera o no, hasta que me designen mis cinco minutos finales. Nadie ha dicho que sea eterno.

Luego me echaron historias a cuestas: amantes —una no va estar sola para siempre—, hijos nefastos —porque eran sujetos libres y me respetaban—, y me maldijeron: «serás una bestia eterna».

Ahora el edén se ha diversificado en sociedades que tienen sus Evas y sus Liliths, ya somos amigas, saben, nos vamos conociendo, respetando y hacemos frente a los mismos Adanes; esos que cuando llega el viernes de bares, o salen de fiesta, ven en cualquier mujer un demonio al que deben someter

ciertamente no estás «obnubilado»—ojalá alucinaras—sino «obni-bulado», es decir, vives entre objeciones —referenciales— no identificadas

Simplemente vives en abstracto donde las ideas son más precisas que las reglas.

Te voy a contar un cuento, dice. En él cabe toda nuestra historia, acota. Voy a resumirla, sin preámbulos, sin nudos, sin desvíos, afirma. La puedes escuchar de pie o apoyando la cabeza sobre la pared como cuando deseas la proximidad de alguna esperanza, sugiere. O tal vez prefieras cerrar los ojos e imaginarla a tu modo, como siempre.

—Ya, cuéntala.

Se acerca a mi oído y resume nuestra vida en una palabra: ficción, mientras sus labios se alejan

Si ya no está enamorado, evite demostrarlo. El amor es pecata minuta, extravío, condena, cosa de uno. Placer privado. A nadie le importa su apocalipsis amoroso, esos tormentos no asustan, esas infamias no importan. Pero por favor, no dirija su frustración a acabarse el planeta, a apoyar el exterminio de etnias, a maldecir los gobiernos mientras come palomitas, a manifestarse contra todas las cóleras desde su sillón, porque cuando uno ya no siente amor, el odio no siempre es buen sustituto y nos derroca el sentido común y la razón

Si su respuesta es sí, lamento decirle: no hay nada por lo que valga la pena levantarse hoy. Pero si insiste, lo cual me parece muy honrable, hágase el favor de hacerlo todo bien para que mañana otro se despierte sabiendo que uno hizo lo posible.

Fue culpa de la guerra. ¿Cuál? No pregunten, no sabemos. Todas las guerras son la misma. Aquí, allá, adentro, afuera, elocuente o discreta. Nos arrojan lo mismo: olvido, hastío y pena

Todavía la conservo, aún no he decidido cómo quiero consumirme, si por las bacterias o por alguien que me abrace de noche. Tal vez da lo mismo, al final todos somos mundos buscando colapsar