Debajo del chorro caliente y con la luz filtrada por la cortina de la ducha no le resulta tan difícil aceptar que su cuerpo es su cuerpo y que existe también para la atención de los otros. Desde que cruzó el umbral del mundo adulto, hace unos años, le cuesta reconciliarse con la idea de que su cuerpo está sometido, igual que ella, a las idas y venidas de las presencias y las ausencias, a los nuevos amores y a las soledades.