Willy es un migrante –se puede ser eso en cualquier calidad:estudiante, obrero, fugitivo, viajero pertinaz, escritor (¡horror!), un ecuatoriano que vive en Málaga y que, desde su perspectiva, tierna y grotesca, describe paisajes, retratos y escenas que podrían conformar una película de perdedores y cínicos, pero que no es sino una postal de la realidad. La que no nos gusta, tal vez, la que está alejada de las grandes historias y de las grandes vidas.
Willy es un malaleche, y no puede pedir perdón por ello. Escribe. Y en su escritura nos perdemos para imaginarnos –con miedo y esperanza, la misma cosa es— si él no será el reflejo del hijo que hemos parido o un retrato de nosotros mismos, asentados sobre un país imaginario o sobre un torreón desde donde divisamos otra costa, la del territorio al que jamás arribaremos.
Complejo es una novela corta que no se regodea en descripciones innecesarias. Punzante, nos invita a entrar a un espacio donde ser impertinente está permitido, ser egoísta no está mal y odiar es necesario.