En la antigüedad clásica se creía que, para ser una gran persona, uno debía tener las cuatro siguientes virtudes en igual proporción:
SABIDURÍA: prudencia, fruto de la experiencia, o la capacidad de reaccionar de manera apropiada a cualquier situación.
JUSTICIA: la capacidad de luchar por lo que está bien. La voluntad perpetua y constante de darle a cada cual lo que le corresponde.
VALOR: la capacidad de hacer frente al miedo, a la incertidumbre o a la intimidación.
TEMPLANZA: la capacidad de practicar la moderación, aunque uno tenga la tentación de ceder a sus deseos o a su interés. La templanza es el arte del autocontrol