El acontecimiento

Las chicas como yo estropeábamos el día a los médicos.

Habíamos estado unidas por el mismo desamparo, aunque desfasado en el tiempo. Y aquella tarde yo había sacado fuerzas para vivir de la canción de una mujer que más tarde no podría ni con su propia vida.

Cuando pensaba en mi situación, no utilizaba ninguno de los términos que la suelen designar, del tipo: «espero un niño» o «estoy embarazada», ni mucho menos «estoy en estado de buena esperanza». Esas expresiones contenían la aceptación de un futuro que no tendría lugar.

De la misma manera, cuando escucho por azar La javanesa, Mi memoria flaquea, o cualquier otra canción que me acompañara durante ese periodo, siento una gran turbación.

El abrazo y los movimientos de los cuerpos desnudos me parecían una danza mortal.

El teléfono sonó varias veces: era gente que pedía hora o información sobre los horarios. En una ocasión, la recepcionista fue a buscar a un biólogo para que hablara con la persona que llamaba. El hombre se puso al teléfono y dijo: «No, la cantidad es normal, completamente normal». Las palabras resonaban en el silencio. La persona al otro lado del teléfono debía de ser seropositiva.

Y quizás el verdadero objetivo de mi vida sea éste; que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, es decir, en algo inteligible y general, y que mi existencia pase a disolverse completamente en la cabeza y en la vida de los otros.

He acabado de poner en palabras lo que se me revela como una experiencia humana total de la vida y de la muerte, del tiempo, de la moral y de lo prohibido, de la ley, una experiencia vivida desde el principio al final a través del cuerpo.

Hoy sé que debía pasar por esa prueba y ese sacrificio para desear tener niños. Para aceptar la violencia de la reproducción dentro de mi cuerpo y convertirme a mi vez en lugar de paso para las generaciones futuras.

No volví a ver nunca más a la Señora P.-R. y, sin embargo, nunca he dejado de pensar en ella. Sin saberlo, aquella codiciosa mujer me arrancó de mi madre y me lanzó al mundo. Es a ella a quien debería dedicar este libro.