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Franz Kafka

En la colonia penitenciaria

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    No pretendía conmoverlo—dijo—, yo sé que es imposible comprender hoy lo que fueron aquellos tiempos. Por lo demás, la máquina sigue trabajando y se basta a sí misma. Se basta a sí misma incluso hallándose sola en este valle.
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    En el silencio sólo se oían los gemidos del condenado, amortiguados por el fieltro. Hoy la máquina ya no logra arrancar al condenado un gemido tan fuerte que el fieltro no pueda asfixiar; pero entonces goteaba de las agujas un fluido cáustico que hoy ya no está permitido utilizar.
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    «grada» empieza a escribir; cuando termina con el primer esbozo de la inscripción en la espalda del hombre, rueda la capa de guata y rota el cuerpo lentamente de costado a fin de ofrecer nuevo espacio a la «grada». Entretanto las partes heridas con la inscripción entran en contacto con la guata, que como consecuencia de la preparación especial detiene de inmediato la hemorragia y dispone para una nueva incisión de la escritura. Aquí, conforme el cuerpo sigue girando, las puntas dispuestas al borde de la «grada» desgarran la guata de las heridas, la arrojan a la fosa, y la «grada» tiene trabajo de nuevo. Así va escribiendo cada vez más profundamente durante doce horas seguidas. Las primeras seis horas el condenado está casi tan vivo como antes, sólo padece dolores. Después de dos horas se le retira el fieltro, pues el hombre ya no tiene fuerzas ni para gritar. Aquí, en este cuenco calentado con electricidad, situado en la cabecera, se pone papilla de arroz caliente, del que el hombre, si tiene ganas, puede tomar lo que alcance con la lengua. Ninguno desaprovecha la oportunidad. No conozco a ninguno, y mi experiencia es amplia. Sólo hacia la sexta hora pierde las ganas de comer. Suelo arrodillarme entonces aquí abajo y observo este fenómeno. Rara vez el hombre traga el último bocado, sólo lo remueve en la boca y lo escupe en la fosa. Entonces tengo que
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    —Puede ver—dijo el oficial—dos clases de agujas en diferente orden. Cada una de las largas tiene otra corta a su lado. La larga es la que escribe, y la corta inyecta agua para lavar la sangre y mantener la inscripción siempre limpia. El agua ensangrentada discurre luego por estos pequeños canales de aquí, para fluir finalmente por este canal principal cuyo tubo de desagüe conduce al hoyo. —El oficial mostró con el dedo el camino exacto que tenía que recorrer el agua ensangrentada.
  • Noahje citiraoprije 9 mjeseci
    usted dirá algo así como «en nuestra tierra el procedimiento judicial es distinto», o «en nuestra tierra se interroga al condenado antes del juicio», o «en nuestra tierra el condenado conoce la sentencia», o «en nuestra tierra hay otras condenas además de la condena a muerte» o, «en nuestra tierra sólo se torturaba en la Edad Media».
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    Mucho antes de la Gran Guerra eran conocidas y temidas en toda Europa las colonias penitenciarias que las grandes potencias mantenían en el extranjero.
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    Memorias de la casa muerta
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    ley y de las máquinas
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    mortíferas, Kafka sabía muy bien de qué hablaba.
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    La conclusión de Heindl fue irrevocable: la vida en la mayor parte de ellas era un infierno, despiadada y cruel.
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