l hijo terrible de la Edad Moderna adquiere su forma reflexiva. Aparece como consumidor final de oportunidades, bienes y relaciones. El alegre egoísta impenitente corta sus conexiones tanto hacia atrás como hacia delante, formalmente, con expresiva descortesía. Su primer movimiento es la necesidad de no sentirse obligado a dar las gracias a nadie338. Ya no se deja cautivar con compromisos por sus predecesores. De la producción de descendientes se retira instintiva, en ocasiones programáticamente. Para él, la advertencia de Nietzsche a los décadents: «¡No debéis procrear!» se ha convertido en un elemento de la moral de cada día.