1491

Los incas, escribió en su artículo de 1963, no fueron derrotados por el acero y los caballos, sino por las enfermedades víricas y la desunión.

Las mejores hilaturas poseían una finura de hasta quinientos hilos por pulgada, y se estructuraban en capas sucesivas, muy complicadas. Los soldados llevaban una armadura hecha de tejido acolchado, esculpido, casi tan eficaz como protección como las de metal que llevaban los europeos y, desde luego, mucho más ligera, como es lógico

«En 1492, los nativos descubrieron que eran indios,

descubrieron que vivían en América, descubrieron

que estaban desnudos, descubrieron que existía

el pecado, descubrieron que debían obediencia

a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios

de otro cielo, y que ese dios había inventado la culpa

y lo vestido, y había mandado que fuera quemado

vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra

y a la lluvia que la moja.

EDUARDO GALEANO

Pese a haberse publicado como un aparte —en una nota al pie, ni más ni menos— de una revista arqueológica, la «profecía» fue asumida por el número sorprendentemente elevado de personas que se interesa apasionadamente por las implicaciones del pensamiento cronológico precolombino y que tiene conexiones de Internet activas.

La llegada de Colón, el 11 de octubre de 1492, la habrían señalado los mayas mediante el número 11.13.12.4.3, comenzando por los «siglos» y terminando por el día. En el tzolk’in y en el haab, ese día fue 2 Akbal 6 Zotz.

Los indios también lo sabían, pero en vez de desperdigar esos cinco días adicionales a lo largo del año, como hacemos nosotros, los adjudicaban a un «mes» especial, a fin de año. Esos días se tenían por días de mal agüero: era como si el año terminase en cinco martes y 13 consecutivos. Aunque los antiguos mayas supieran, al contrario que sus coetáneos europeos, que el año tiene una duración real de 365 días y un cuarto, no se tomaban la molestia de añadir ese cuarto de día que sobraba.

Imaginemos —y permítaseme pensar ahora en lectores que no sean indios de origen— que de algún modo topamos con un haudenosaunee procedente de 1491. ¿Es mucho especular que por debajo de los tatuajes, del cabello asimétrico, de las ropas extravagantes, uno fuese a reconocer a una persona mucho más cercana a uno mismo, al menos en ciertos sentidos, que sus propios ancestros?

Los cabecillas de Jamestown trataron de convencer a los indios para que se transformasen en europeos. De manera vergonzosa, el tráfico se dio casi siempre en el sentido inverso. Fueron docenas los ingleses que se sumaron a la manera de vivir de los nativos a pesar de las promesas de sufrir castigos terribles.

He preguntado a siete antropólogos, arqueólogos e historiadores si preferirían en 1491 ser el típico ciudadano de Europa o un integrante de los haudenosaunees. A ninguno le hizo demasiada gracia la pregunta, porque era una petición implícita para que enjuiciaran el pasado según los criterios vigentes hoy en día, falacia que se suele descartar tachándola de «presentismo» por parte de los científicos expertos en ciencias sociales. Pero debo decir que todos y cada uno de los siete optaron por los indios.

Los hurones, escribió en una relación de sus años en Norteamérica, no lograban comprender:

[…] por qué un hombre ha de tener más que otro, ni por qué gozan los ricos de más respeto que los pobres. […]