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Solomon Northup

Doce Años De Esclavitud

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    El martes 4 de enero, Epps y su abogado, el honorable H. Taylor, Northup, Waddill, el juez, el sheriff de Avoyelles y yo nos reunimos en una sala del pueblo de Marksville. El señor Northup expuso los hechos en mi nombre y presentó el memorial y las declaraciones juradas que lo acompañaban. El sheriff describió la escena en el campo de algodón. Yo también fui extensamente interrogado. Al final, el señor Taylor aseguró a su cliente que había tenido suficiente y que nuevos litigios no solo serían caros sino del todo innecesarios. Siguiendo su consejo, se redactó un documento firmado por las partes y en el cual Epps reconocía que aceptaba mi derecho a la libertad y me entregaba oficialmente a las autoridades de Nueva York. También se acordó que se anotaría en la oficina de registros de Avoyelles
  • b8163139242prije 7 godina
    De regreso al carruaje, Patsey salió de detrás de una cabaña y me echó los brazos al cuello.
    —¡Platt! —gritó con lágrimas que le corrían por las mejillas—, vas a quedar libre, te marchas lejos, donde nunca volveremos a verte. Me has librado de un montón de latigazos, Platt; me alegro de que vayas a ser libre, pero, Dios mío, Dios mío, ¿qué va a ser de mí?
    Me desasí de ella y subí al carruaje. El cochero restalló su látigo y nos fuimos. Miré hacia atrás y vi a Patsey, con la cabeza caída, medio reclinada en el suelo; la señora Epps seguía en el patio; el tío Abram, Bob, Wiley y la tía Phebe permanecían en la puerta mirándome. Los saludé con la mano, pero el carruaje tomó una curva en el pantano y los ocultó de mi vista para siempre.
  • b8163139242prije 7 godina
    Le obedecí y, caminando entre el sheriff y él, nos dirigimos a la casa grande. Hasta que no hubimos recorrido cierta distancia no recobré la voz lo suficiente como para preguntar si en mi familia estaban todos vivos. Él me informó de que había visto a Anne, Margaret y Elisabeth poco tiempo antes; que Alonzo seguía vivo y que todos estaban bien. Sin embargo, no volvería a ver a mi madre. Según me iba recobrando parcialmente de la súbita y gran emoción que me anegó, me sentía tan débil y ligero que a duras penas si podía caminar. El sheriff me tomó del brazo y me ayudó porque de lo contrario me habría derrumbado
  • b8163139242prije 7 godina
    auténtica historia.
    Por un rato nadie pronunció una sola palabra y durante aquel tiempo permanecí aferrado a Northup, mirándole a la cara, temeroso de ir a despertar y descubrir que todo era un sueño.
    —Deja ese saco —añadió Northup finalmente—. Tus días de recoger algodón han terminado. Ven con nosotros a ver al hombre con el que vives.
  • b8163139242prije 7 godina
    Iba a seguir efectuando preguntas, pero lo dejé a un lado, incapaz de retenerme. Así las dos manos de mi antiguo conocido. No podía hablar. No pude contener las lágrimas.
    —Sol —dijo al fin—, encantado de verte.
    Traté de articular una respuesta, pero la emoción ahogaba mis palabras y permanecí en silencio. Profundamente confusos, los esclavos contemplaban la escena, y sus bocas abiertas y sus ojos girando en las órbitas delataban su asombro y su estupefacción extremos. Yo había vivido durante diez años con ellos, en la cabaña y en los campos, había padecido las mismas fatigas, había compartido la comida, había mezclado mis penas con las suyas y había participado en las mismas magras alegrías; a pesar de lo cual, y hasta aquel momento, el último que iba a pasar en su compañía, ninguno de ellos había tenido la más mínima sospecha de mi verdadero nombre, o el más ligero vislumbre de mi auténtica historia
  • b8163139242prije 7 godina
    Señalando en dirección a Northup, que estaba a varias varas de distancia, preguntó: —¿Conoces a ese hombre?
    Miré en la dirección indicada y, mientras mis ojos se posaban en su rostro, el cerebro se me atestó de imágenes: las de Anne y mis amados hijos, y mi anciano padre muerto; todas las escenas y los recuerdos de mi infancia y juventud; todos los amigos de días pasados y más felices aparecían y desaparecían, cambiaban y flotaban como sombras que se diluían ante la visión de mi imaginación, hasta que al final me vino el recuerdo exacto de aquel hombre, y, elevando las manos al cielo, exclamé, en voz más alta de la que hubiera podido emitir en un momento menos emocionante: —¡Henry B. Northup! ¡Gracias a Dios, gracias a Dios!
    Comprendí al instante la naturaleza de su visita y sentí que la hora de mi liberación estaba cerca
  • b8163139242prije 7 godina
    Es de justicia manifestar que todas las autoridades de Marksville ofrecieron de buena gana toda la ayuda posible.
  • b8163139242prije 7 godina
    Northup y su joven acompañante regresaron a Marksville donde se decidió iniciar los procedimientos legales para probar la cuestión de mi derecho a la libertad. Se formalizó la demanda, con el señor Northup como demandante y Edwin Epps como demandado. El proceso se iba a entablar en la modalidad de «reclamación y entrega» e iba a ser dirigido al sheriff de la parroquia, pidiéndole que me tomara bajo su custodia y me retuviera hasta la decisión del tribunal
  • b8163139242prije 7 godina
    Durante largo rato, Bass miró de hito en hito a su nuevo interlocutor sin despegar los labios. Parecía darle vueltas al posible intento de tenderle algún tipo de trampa. Al final dijo deliberadamente: —No he hecho nada de lo que avergonzarme. Yo escribí la carta. Si ha venido usted a rescatar a Solomon Northup, estoy encantado de verle.
    —¿Cuándo fue la última vez que lo vio y dónde está? —inquirió Northup.
    —Le vi por última vez en Navidad, hoy hace una semana. Es esclavo de Edwin Epps, un dueño de una plantación de Bayou Boeuf, cerca de Holmesville. No se le conoce como Solomon Northup; lo llaman Platt.
  • b8163139242prije 7 godina
    El señor Northup, mientras rellenaba la pipa, se explayó en una elaborada narración acerca del origen de las diversas secciones de los partidos y acabó diciendo que había otro partido en Nueva York, conocido como el de los free-soilers o abolicionistas.
    —Sospecho que no habrá visto a uno solo de ellos por esta parte del país —comentó el señor Northup.
    —Solo uno —repuso Waddill riéndose—. Tenemos uno en Marksville, una criatura excéntrica que predica el abolicionismo tan fervientemente como cualquier fanático del norte. Es un hombre generoso e inofensivo pero que siempre está en el lado equivocado en una discusión. Nos proporciona no poca diversión. Es un excelente mecánico y casi indispensable en la comunidad. Es carpintero. Se llama Bass.
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