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Joana Marcus

Ciudades de fuego

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  • Solange Anahije citiralaprije 2 godine
    —Da la casualidad de que uno de esos rebeldes cualesquiera es su novio.

    —Da la casualidad de que los dos rebeldes son sus novios —corrigió Charles.
  • odzrenata7je citiraoprije 17 sati
    Y ahora, responde de una vez a mi pregunta. ¿Vais a venir voluntariamente o voy a tener que llevaros a rastras?
  • odzrenata7je citiraoprije 17 sati
    Y tú para qué querías un beso?

    —Me gusta tu novia y me apetecía besarla, ¿cuál es el problema?
  • odzrenata7je citiraoprije 17 sati
    En su momento, no me pareció gran cosa… Fue en la mejilla. Además, creía que me habías traicionado.

    —¡Y por eso te besaste con otro un día después!

    —¡Para que me dejara irme, no por gusto!
  • odzrenata7je citiraoprije 17 sati
    ¿Un beso? —repitió, mirando fijamente a Alice—. ¡¿Y tú accediste?!
  • odzrenata7je citiraoprije 17 sati
    Además también te ofrecí mis reservas de droga. ¡Y de alcohol!

    —¡Y yo te di un beso! Estamos en paz.
  • odzrenata7je citiraoprije 17 sati
    —¿Podemos retomar el tema? —preguntó Alice.

    —Perdona, querida.

    Rhett se tensó de nuevo.

    —¿Puedes dejar de llamarla así? No es tu querida.

    —Si te pones celoso, puedo llamarte querido a ti también.
  • odzrenata7je citiraoprije 17 sati
    Una chica algo tímida con los ojos muy abiertos y un chico con media sonrisa despreocupada que le rodeaba los hombros con el brazo. La fotografía de Navidad.
  • Ivanna Peñaloza Acevedoje citiralaprije 4 mjeseca
    Gracias a ti, que estás leyendo estas líneas, que has llegado hasta aquí y has acompañado a Alice en su aventura no solo de autodescubrimiento, sino también de crecimiento. No eres solamente un lector, sino el combustible que mantiene viva esta historia, lo que le da significado a esta aventura que es la escritura. Solo puedo desear que te lo hayas pasado, por lo menos, la mitad de bien que yo escribiendo estos tres libros.
  • Ivanna Peñaloza Acevedoje citiralaprije 5 mjeseci
    Rhett, al cabo de unos segundos, subió a la terraza y tomó asiento a su lado. Alice lo observó con detenimiento; desde la raíz de su pelo castaño hasta su barba de pocos días; desde sus ojos de un misterioso verde oscuro hasta sus labios curvados en media sonrisa; desde su mandíbula marcada hasta la cicatriz que le recorría la cara; desde los hombros fibrosos hasta las manos desprovistas de sus mitones.

    —¿Cuánto falta para que aparezca el cometa? —preguntó, ajeno al escrutinio al que estaba siendo sometido.

    —Unos minutos. No creo que muchos.

    —Bien. He traído una cosa.

    Rhett desenrolló los auriculares del iPod azul.

    —¿Te apetece escuchar música?

    —Sí. Siempre y cuando pueda elegir yo la canción.

    Pese a que protestó, Rhett puso la lista de canciones que ella solía escuchar.

    Con un auricular cada uno, Alice acomodó mejor a Max sobre su pecho y apoyó la mejilla en el hombro de Rhett, que permanecía con la mirada en el cielo y una mano alrededor del iPod.

    Y, al fin, un brillante cometa surcó el cielo, iluminando las estrellas a su paso.
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