A P. le importaban las palabras. Quizá eso era lo que verdaderamente nos unía. No el jardín infantil de nuestros hijos, cuyos destinos escolares se bifurcarían prontísimo, ni su tendencia a adoctrinar a otras madres sobre la inteligencia emocional. A ella le gustaba encontrar la palabra exacta, que rara vez era la que uno pensaba que era, siempre había una palabra en el medio de otras que se negaba a mostrarse, y P. decía: «No es esa palabra, se parece, pero no es, esa no es»