Aquí duermen ciervos

Creo que por mucho que usted quisiera, no podría entenderlo. Y mire que es sencillo.

Porque tenemos que reconocer que estamos empezando a olvidar cómo sentir

¿Contenta? No lo sé, pero estate contenta tú por mí, ¿quieres?

Miedo al tiempo que asfixia las cosas, miedo a la muerte, al polvo seco, miedo a las cicatrices, miedo a las luces apagadas en habitaciones vacías…

Miedo a que el corazón no sepa salvarse a tiempo.

Miedo a no ser rescatada de la vida, no de esta vida, de la vida entera.

Miedo a esperar siempre un mañana que nadie sabe cuánto dura.

Me gustaría tener esa foto de recuerdo.

Siento furia. ¿Recuerdo de qué? ¿Recuerdo de cómo escuece la piel? ¿Del olor a muerto? ¿De los bañistas sacándonos fotos? ¿Recuerdo de los llantos de bebé? ¿De una vida detenida? ¿Recuerdo de cómo te violan y te golpean? ¿De una barca de madera llena de agujeros? ¿Recuerdo de tu familia muerta? ¿Recuerdo de qué?, dime. Porque yo solo recuerdo esto. Mi marido muerto. Mi padre muerto. Mi madre muerta. Mi hermano muerto. No. No podrán verme. Yo no salí de mi país en guerra. Yo seguí a aquellos que tuvieron el valor de salir del país. Solo hice eso. Caminar sobre las huellas de los otros. Solo eso. Huyo. Pero huyo de mí misma. Huyo de este cuerpo. De esta mente. Hace mucho que dejé de existir. Y no quiero tener recuerdos.

El maestro paseaba por las orillas del río Pu. El rey del lugar envió a dos altos funcionarios con la misión de proponerle el cargo de Primer Ministro. Con la caña entre las manos y los ojos fijos en el sedal, el maestro respondió: “Me han dicho que en este lugar veneran a una tortuga sagrada que murió hace tres mil años. Los reyes conservan sus restos en el altar familiar, en una caja cubierta con un paño. Si el día que pescaron a la tortuga le hubiesen dado la posibilidad de elegir entre morir y ver sus huesos adorados por siglos o seguir viviendo con la cola enterrada en el lodo, ¿qué habría escogido?”. Los funcionarios del rey respondieron: “Vivir con la cola en el lodo”. A lo que el maestro dijo: “Pues esa es mi respuesta. Prefiero que me dejen aquí, con la cola en el lodo, pero vivo”.

Eres un pájaro, me digo.

Eres un pájaro, conoces el mundo.

Y conoces el camino a casa.

Las palabras tampoco mienten. No todas.

Dime una palabra que no mienta.

Dolor. El dolor no miente.

¿Cómo estás tan segura?

Porque te miro y sé que te duele. Tu dolor no miente, ¿verdad?

Los pájaros tienen un mapa propio del cielo, con sus propias constelaciones. Las utilizan para guiarse. Vuelan a través de enormes distancias, sobre los océanos, pero siempre saben dónde están. ¿Te gustaría ser pájaro?

Cuando sales de tu casa huyendo de la guerra y de la violencia y te encuentras las primeras manos, las primeras palabras, uno se siente agradecido. Pero esas mismas manos, esas mismas palabras te convierten en esclavo. Y entonces entras en una espiral infinita de agradecimientos. ¿Me oyes? De eso se aprovecha la mafia. No me mires así, por favor. No estoy diciendo nada que tú no sepas.

No he dicho nada.

No, pero lo dices. Para esos mismos por los que sientes gratitud trabajas como una bestia en una granja, día y noche. Limpias animales, limpias cuadras, das de comer a los cerdos las mismas sobras que te comerás tú. Ya no sabes dónde termina el animal y dónde empiezas tú. Ninguna diferencia. Ninguna. Pero incluso para ser libre, otra vez, tienes que trabajar y agradecer.